por LETICIA B. DE MOSSELLO
La autora nos muestra, con lenguaje refinado y profundo, las cimas y los valles que recorre el poeta San Juan de la Cruz, en busca del Amado.
Esposa
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido
Como el ciervo huíste,
Habiéndome herido;
Salí tras ti clamando, y eras ido.
¡Oh Dios! ¿Es mi instinto primitivo el que me impulsa a lo Primordial?
El encuentro con Dios en nuestras profundidades nos genera un inexplicable manantial poético en el cual cada uno de nosotros experimenta la sensación de gozar ante la gloria de Dios. Es el motor que nos impulsa a la tamaña empresa de la posesión. En este tránsito necesitamos explorarnos corazón adentro y vibrar ante cada sensación que se multiplica y nos sumerge en nuevas experiencias.
Caminamos a veces por laberintos, otras por caminos anchos e iluminados y otras por sendas tortuosas, pero siempre ascendiendo hacia lo Perfecto. ¿Quién consuela al alma?. Interrogamos a las creaturas que son sólo un tenue reflejo de Dios, buscamos la Belleza, pero nos es inalcanzable, sólo la contemplamos desde abajo condicionados por nuestra humanidad. Nos deleitamos en ella mas no podemos asirla. ¿Es que somos nosotros también un reflejo de lo Divino?, ¿tenemos el oído atento para descubrir la armonía celestial?. No siempre.
Dios organiza nuestro caos interior, ese universo tan caro para el Creador. El alma se aquieta y es allí donde comienza el diálogo con el Amado. Se lamenta hasta terminar en un gemido lastimero y vaga por laberintos engañosos movida por el deseo de remontarse a la Unidad.
El alma recuerda la armonía del Cielo que le fue dada en aquel tiempo, a la que se opone en una conjunción polarizada la sombra de la caída. De esta complementariedad nace el deseo-pasión de recobrar la Unidad. El hombre, buscador de la gracia, sería en este caso, sólo el mediador entre el alma y Dios. El alma labora con aquella parte de nosotros que se aparta de la razón.
Comienza una danza circular e inicia su viaje interior donde encuentra solamente la idea de la Unidad y toma conciencia de su existencia. Deja el mundo externo para replegarse sobre sí misma. Y esta noción de Unidad es el principio y el final de su viaje.
Dios organiza nuestro caos interior, ese universo tan caro para el Creador. El alma se aquieta y es allí donde comienza el diálogo con el Amado.
La posesión misma de lo Divino, sabrosa y verdadera «saborea» el alma al Amado dando fin a su peregrinaje en una pérdida de sí misma. Es necesario desintegrarse para obtener esa «pérdida gananciosa».
Cede lo humano ante el poder deleitante de lo Divino. El lenguaje del alma es poesía, es pasión, es intuición, es sensación, es un «no sé qué».
Nuestra alma está sellada por la impronta de Dios y esa imagen que recuerda la memoria nos impulsa a una muerte con sentido. Consiste en rescatar lo que se gana muriendo.
El murmullo de Dios es interpretado por el alma cuando ésta se abre ante Él sin ser ella misma. La palabra se intimida, se adelgaza y emerge el silencio. Es un silencio creador que fermenta y es ése el momento en que el Creador modeliza a la creatura como el alfarero al barro. La palabra muere. El oído se afina.
Recupera el don primitivo para escuchar la música celestial. La palabra individual se desvanece. Abandona cada boca para oír lejos, fuera de ella misma la voz del Amado. Este diálogo vivaz nos alumbra el sendero hasta llegar a nosotros mismos.
SALMO
¡Oh Dios!
Te doy gracias
por mi viaje a la cumbre
y también por mi descenso al valle.
Te doy gracias porque me mostraste
en mi vana carrera sin treguas
otras armoniosas,
un resplandor de tu Belleza.
Gracias por el amor
que generó, multiplicándose, vez
tras vez, sin proponérmelo.
Gracias por mi cuerpo
que elegiste para regalar al mundo
otros cuerpos que también son tuyos.
Gracias porque siempre seguí tus huellas
a veces sin saberlo.
¡Qué bueno eres, oh Dios!. Tu misericordia
y tu gracia me envuelven,
me embriagan y me lanzan a otros mundos.
Nos confundimos en una danza
amorosa y sin tiempo.
Movimientos circulares
dibujan formas nuevas y
crean otras y otras
cósmicas, perdurables.
Gracias por tu paciencia y tu delicadeza
cuando bajando al valle no quería verte
y hoy, el tiempo dibujado en mi cuerpo
gime una elegía lastimera.
Hoy, oh Dios, quiero hacerte una
ofrenda nueva.
Te entrego mis alforjas de
dolores y nostalgias
te entrego mis suspiros.
No se los cuentes a nadie
entrégaselos al viento
y que él entone un canto nuevo.
Coca
otoño de 1994
Amada hermana que Dios le bendiga gracia por este importante estudio y siga adelante con este glorioso ministerio.
eres una gran poeta de Dios
Muy bueno el estudio de los versos de San Juan de la Cruz, gracias.